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¡CON LA MENTE EN EL ENTRENAMIENTO!

 

11 a.m., el sol intenso de la ciudad de Cali y música latina a todo volumen. El profesor John Jairo recibió los dos mil pesos que se dan de manera voluntaria para el entrenamiento y me hizo tomar unas mancuernas, “No, esas están muy pesadas. Coja esas porque esto es entrenamiento militar y aquí no se para ni para tomar agua”. Le hago caso, comienzo a seguir los ejercicios, son pocas repeticiones, pero es cierto que no se para nunca, es una rutina constante que comprende cada uno de los músculos del cuerpo. “Deje las mancuernas y acuéstese bocarriba en la colchoneta… son solo veinte repeticiones de cada una, pero si me vuelve a preguntar o lo pillo haciéndome trampa, les pongo treinta para que no se le olvide y los compañeros lo lleven en buena estima”. El sudor, el calor, la sed, las ganas de salir corriendo, de esconderse, de robarse dos o tres repeticiones a sabiendas de que el único que se está robando es uno mismo. “Levántese y trote hasta la tienda del Oasis, cinco veces ida y vuelta, solo cinco, hágale que solo estamos calentando”. Trotar y ver a los compañeros con la lengua afuera, pero con toda la firmeza para continuar la clase, para hacerle siempre caso al profesor; de seguro que vienen con cierta regularidad y ya le tienen la medida a lo duro de las clases, de seguro que lo soportan porque saben que trabajo duro es sinónimo de buenos resultados en poco tiempo, porque de no ser así, creo que tanto esfuerzo no valdría la pena.

 

“Vuelva a coger las mancuernas, ahora las que pesan un poco más. No se me muera que ya casi llegamos a la mitad. Ritmo y constancia, cuénteme las repeticiones en voz alta que si lo grita solo piensa en el entrenamiento y no se distrae con otras cosas. La idea es que estemos aquí, que no me traiga el trabajo, el estudio o los problemas con la mujer aquí. ¡Grite cuántas lleva!, mantenga la mente en el entrenamiento, si le pregunto y perdió la cuenta, le toca volver a empezar, usted tiene que tener siempre cómo responder, estar aquí, con la mente aquí”. La sed, el calor, el dolor en los músculos, en todos los músculos, en la espalda, en el abdomen, en las piernas, en los brazos, en el pecho. “Ya casi acabamos”, pienso, “voy a dormir como un bebé hoy. Sí que vale la pena el entrenamiento”. El profesor dice que dejemos las mancuernas en el piso y nos hidratemos, sonrío y me siento satisfecho con haberlo logrado, en verdad fue mucho más fuerte de lo que imaginé. En medio de mi sonrisa, el profesor se me acerca y pregunta cómo me encuentro, si fue demasiado duro, “Me alegra que hayas podido terminar el calentamiento sin parar, ahora sí decime qué musculo trabajamos hoy”. Sonrío hasta darme cuenta de que no es una broma y, entonces, reitero mis ganas de salir corriendo.

Juan José Cadena Dueñas

© 2017  Juan José Cadena y Sebastián Gálvez - Periodismo Electrónico

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